miércoles, 18 de junio de 2008

Mis recuerdos (Jesús Sánchez García)


Mis recuerdos del Sr. Ramon me acompañan desde mi niñez. Y digo “Sr.” porque, bien por buenos modales, o porque lo veía mayor que yo, le ponía siempre el “Sr.” delante del nombre.


Muy asiduamente, sobre todo algunos sábados y en época de vacaciones, iba a casa de Lolin. Unas veces me quedaba a comer, otras, las más, pasaba allí la tarde. O simplemente, cada vez con menos frecuencia conforme me hacía mayor, pero sin perder la costumbre, seguía visitándola. Lolin, además de ser mi prima, es mi madrina, casada con “Ramonet”, hijo del Sr. Ramon. Vivían en una planta baja, no muy lejos de mi casa en la Avenida del Puerto. Hablo de los primeros años de mi infancia, lugar y tiempo a los que me remito y ubico estos recuerdos.

Tras llamar al timbre de la puerta, se dejaba ver a través de la puerta encristalada en la mitad superior, el largo pasillo por el que venían a abrir. Ese largo pasillo que comunicaba la entrada con el fondo de la casa, se utilizaba para colgar los toldos de lona sobre los que, padre e hijo, pintaban los letreros publicitarios. “Cóm está, sr. Ramon?” – saludaba yo al entrar, pues era a él al primero que solia encontrar pintando. – “Pues ja veus, xiquet, castigat cara la paret”, me respondia el sr. Ramon casi siempre, sin apartar la vista de su trabajo, controlando su mano que sujetaba el pincel. Yo me quedaba de pié observandolos un buen rato, no perdiendo detalle de la precision con que diseñaban primero los trazos de las letras y luego, con gran aplomo de manos, rellenaban las letras con pintura utilizando los pinceles finos para los perfiles, y los más gruesos para el relleno. Trazos verticales y horizontales de una “T”, trazos inclinados de la “A”, o curvas para las “O”, las “D” o las “B”. Letras de todos los colores, letras de todos los tamaños y apariencias se sucedian en esos toldos de lona grandes y pequeños, claveteados en las paredes hasta que la pintura se secaba, y entonces limpiaban por encima para eliminar los trazos de los dibujos de las letras, y finalmente se doblaban para entregar.

Después de entretenerme mirandolos embobado, pasaba dentro, donde mi prima se dedicaba a tareas de la casa, cuando no ayudaba tambien a pintar, y como no, me preparaba la merienda que me tomaba en mi lugar favorito, en el corral. Este era un espacio descubierto en la parte trasera de la planta baja, con una pila lavadero a la izquierda, junto a la ventana de la cocina. rodeando las cuatro paredes, sobresalía una techumbre en forma de alero, suficientemente ancha para resgguardar las estanterias repletas de botes de pintura que permanecian en espera de ser utilizadas o en espera de deshacerse de ellos. Una puerta, al fondo derecha, daba a la calle, un callejon sin salida, junto a una escalera por la que se podia subir al tejadillo en el que mi prima tendia la ropa, y por el que me asomaba al callejon. Tanto la corta escalera como la terracita eran mis espacios favoritos exteriores, donde jugaba o leía los tebeos (comics se les llama ahora), Pulgarcito, DDT, Jaimito y, sobre todo, las aventuras del Capitan Trueno, mi héroe de la infancia, aventura completa a todo color que venia en las páginas centrales de Pulgarcito. Por otra parte, cada semana me compraba el cuaderno último editado de las aventuras del Capitan Trueno, cuadernos que continuaban de una semana a otra. No se me han olvidado esos recuerdos, como tampoco la melodia que durante mucho tiempo coincidía emitir la radio mientras leía las aventuras de mi héroe (que rivalizaba con las aventuras del hombre enmascarado y el guerrero del antifaz). esa música era la cancion "Una picolísima serenta". todavía no habian aparecido The beatles en mi vida.

Pero había otra música que venia de dentro de la casa, del pasillo, cuando el sr. Ramon, muy aficionado a la lírica, recitaba "a capella" arias y romanzas de su amplio repertorio. Yo disfrutaba mucho oyendolo cantar, con voz cultivada, sin soltar los pinceles, a menos que tuviese que dar una nota larga y sostenida, y entonces se giraba como dirigiendose a su publico. Tal vez mi aficion a la música clasica naciera de oir sus romanzas en temprana edad, tal vez tambien por la aficion que me inculcó mi madre, o por la disposicion de mi tio Vicente (padre de mi prima Lolin), que tenia una gran coleccion de discos de musica. Tendría que sumar, pues, las tardes enteras que, sentado a su lado, escuchábamos microsurco tras microsurco, las obras de los autores mas variados. Estoy convencido que mi cultura musical nació de esos tiempos y espacios, que yo no quise perder, que seguí cultivando tanto en cuanto mi sensibilidad supo captar.

Bueno, solo son recuerdos, pero los recuerdos nos hacen eternos mientras estan en la mente de otros, y es mi deseo que perduren en la memoria de todos porque, de ese modo, se cruzaran y enlazaran espacios y tiempos de unas personas con otras, por muy lejanos que lleguen a estar fisicamente en el espacio y en el tiempo en que vivieron. Fuí creciendo, mi cuerpo y mi mente fueron cambiando, pero mis recuerdos y los momentos vividos permanecieron, y ahora siguen vigentes, esa vida la tengo atrapada, me enrriqueció, la disfruté y me sigue alimentando.
- Fins un altre dia, Sr. Ramon - le decia al despedirme de vuelta a mi casa.
- Adeu, xiquet, así me trovaras, cara a la paret. - Me contestaba, sin apartar la vista del pincel ni del toldo.

Hay un cruce contínuo de tiempos y espacios entre contemporaneos allegados o extraños, tanto reales o mediante videos, por lecturas o por audiciones, entre personas, cosas o animales que han llenado ese espacio y ese tiempo llenandonos de imagenes y sensaciones. Aunque no existan ya en nuestro entorno, las seguimos "sintiendo" tan cerca y tan penetrantemente como cuando eran reales. ¿Reales? Es que nuestros recuerdos y nuestras vivencias no son reales?

Jesús Sánchez García


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