martes, 23 de octubre de 2007

De mi padre, recuerdo...

Se está hablando en estos días de la riada de hace veinticinco años (1982), y a mi memoria vuelve la riada del año 1957.

Estaba durmiendo cuando mi padre me despertó y lo vi con una vela en la mano diciéndome que me levantara enseguida, que ‘se había salido el mar’ (vivíamos en una planta baja).

Cuando me levanté y me asomé a la calle el agua estaba como a medio metro de altura. Dentro de la casa estaba seco, pero al poco tiempo empezó a entrar agua por el agujero de la cerradura de la puerta. En el corral, el desagüe empezó a escupir agua, lo mismo que la taza del water.

En la planta baja al lado de la nuestra había una carnicería regentada por un matrimonio. Tenían una criada sordomuda con el sueño muy profundo, y no había manera de despertarla. Al final se les ocurrió cojerle una mano y meterla en el agua.

Como el agua no paraba de entrar, tuvimos que subir al primer piso, con una escalera y cuerdas. Como no había luz, el carnicero subió mucha carne, pues se le iba a echar a perder. Así que estuvimos comiendo carne durante tres días, cocinada de distintas maneras. Todo un festín para las dieciocho personas que vivíamos en la finca.

Mi padre, con su buen carácter, nos alegraba con sus chistes y canciones.

La gente, a pesar de los años de su muerte, aún me comentan que guardan un grato recuerdo de él, por su simpatía y por su agradable trato con todas las personas. Siempre tenía alguna frase, anécdota o chascarrillo que les hacía reir y disfrutar de su compañía.

Tu hijo Ramón.

sábado, 6 de octubre de 2007

El Señor Ramón

Sonríe, siempre con el mismo gesto, canta, cara amable, nunca enfadado.

Alguna vez le oía recitar algunas de sus muchas historias que escribía, prosa y verso.

Recuerdo imborrable, que perdura impreso en una foto en blanco y negro.

Uno de sus poemas, escrito expresamente para la ocasión, me hizo ganar un premio (accesit se llamaba) en un concurso que se organizaba en mi colegio cada año. Yo tenía once años y estudiaba primero de bachiller.

Amparo
(El señor Ramón era el suegro de mi hermana)

jueves, 4 de octubre de 2007

Los Cachirulos

¿Te acuerdas yayo cuando te acompañaba (con 6 o 7 añitos) al viejo cauce del rio Turia, por el que todavía corría un mínimo caudal, en busca de la caña de bambú?

Es un recuerdo un tanto difuso, pero del todo imborrable.

Tendrías que ver en que se ha convertido ahora (una especie de Central Park, con inmensas construcciones dedicadas al ocio), el río dejó hace mucho de recorrer su cauce, y de las cañas de bambú nunca más se supo.

La caminata que nos pegábamos era antológica (se me antojaba a mí), sobre todo de regreso cargado como ibas con una buena recolección de cañas en un hatillo anudado a la espalda.

Ya de vuelta, en el corral, las mondabas a navaja hasta dejarlas bien pulidas. Las cortabas a la medida adecueda sobre el viejo y tosco banco de trabajo (cuyo cajón rebosaba oxidadas herramientas casi milenarias) y con una facilidad pasmosa, componías el armazón romboidal que acabaría convirtiéndose en un estupendo cachirulo.

Luego venía el proceso de encolar y montar el papel de llamativos colores sobre el bastidor. Y por último añadirle esa larga cola de hilo de palomar con los lazos también de papel de colores para darle estabilidad.

Eran los tiempos en que en la tienda vendíais de todo, desde vasijas de barro y cacharros de loza para el hogar, hasta artículos de plástico, algún que otro juguete y sobre todo, esos maravillosos y artesanales cachirulos.

Tu nieto Jose.

lunes, 1 de octubre de 2007

Tu viejo buró

No recuerdo cómo fue, pero me quedé con tu buró, aquel que ya compraste de segunda mano antes de la riada del 57. Riada que llenó de barro sus cajones y secretos recovecos.
Tu hijo (mi padre) estuvo de acuerdo, asi que, un buen día, lo sacamos entre los dos al corral de la planta baja y le pegué un buen repaso con la lijadora. Rasqué todo el barro que aún se acumulaba en algún rincón y curé como pude las heridas causadas por la termita. La capa de barniz le dio un aspecto rejuvenecedor, y la piel con que tapicé el escritorio le confirió un caracter más noble.

Si, me lo quedé yo, tu nieto, y bueno, tu ya sabes el uso intenso que le he dado. Ha vivido conmigo en cuatro casas y me ha visto escribir tres novelas y un libro de relatos cortos, amén de un gran número de poesías. Un buen uso, creo yo, siguiendo tus pasos de poeta y escritor de obras de teatro. No podía ser de otra manera.

Siempre que me siento frente e él, te recuerdo, y me asaltan imágenes de mi infancia, entrando a hurtadillas en tu habitación sin ventanas, pasando por delante del armario sin puertas y cubierto por aquella cortina de flores oscuras y tenebrosas que me daban tanto miedo. Me veo abriendo nerviosamente el cajón central de ese buró que era como un santuario para mi, y buscando con anhelo la cajita metálica pintada de amarillo con aquellas perlas azucaradas que tanto me gustaban. Me quedaba extasiado contemplando todo aquello que conformaba tu vida privada y personal... fotos de tus viajes, tarjetas postales de lugares remotos, y sobre todo, esos papeles amarillentos que contenían tus escritos, tus poemas...

El buró, ya lo ves, sigue siendo el mismo, sólo los contenidos han variado... aunque no del todo, como sabes.

Tu nieto Jose.