sábado, 22 de septiembre de 2007

De mi padre, recuerdo...

Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi padre como un hombre trabajador, honrado, autoritario, pero sobre todo, lo recuerdo como a un buen padre.

Tuvo tres hermanos; Francisco, que murió joven, Manolo y Jose. Los dos murieron antes que él.

Contaba que sólo tenía (al igual que sus hermanos) una camisa, y cuando le pedía a mi abuela que le comprara otra, ella le respondía que para qué quería otra si sólo tenía dos brazos. Decía que siempre le sobraría una.

Según me contaba, en su primer trabajo como pintor (que fue su oficio real durante toda su vida), empezó ganando una peseta, que fue corriendo con mucha alegría a entregarle a su madre; el fruto de su trabajo de una semana entera. Corría el año 1915.

Fue en casa de su patrono donde conoció a mi madre. Un buen día, estando en casa de mi abuela (ella consentía que mi padre entrara en casa sin que mi abuelo tuviera conocimiento de ello), se presentó éste a una hora fuera de lo habitual, así que lo escondieron debajo de una cama. Mi abuela, madre y tías (mi madre tenía 2 hermanas y 2 hermanos) trataron de hacer que el abuelo saliera de casa sin conseguirlo hasta una hora después, momento en que mi padre pudo, por fin, salir de debajo de aquella cama sano y salvo.

Durante el conflicto bélico entre españoles (1936-1939) lo destinaron a Murcia en la retaguardia.

El primer permiso lo tuvo en marzo del 37. Tres días antes compró 3 docenas de huevos y los hirvió. Compró serrín y los embaló para traerlos a Valencia sin que se estropearan. Vino tan flaco que mi hermana y yo al verlo no éramos capaces de reconocerlo. Mi hermana tenía 7 años y yo 5.

Procuró darnos la educación y alimentación según su economía, que no era muy boyante. Pero nunca nos faltó de nada.

Cuendo era pequeño (sobre 8 o 9 años) salía con mi abuela Dolores al centro de Valencia con una vaca (mi abuelo Francisco era labrador) y cuando llegábamos me dejaba hacer sonar el cencerro que llevaba el animal, que atraía a las mujeres con los cazillos lecheros. Mi abuela entonces ordeñaba la vaca para llenar de leche los cacharros.

Sobre los 18 años, acompañaba los fines de semana a mi abuelo (que tocaba muy bien la guitarra) buscando un público predispuesto. Al congregarlo la hacía sonar, y mi padre, que tenía muy buena voz, se arrancaba por bulerías, tanguillos y zarzuelas, para después, gorrilla en mano, pasear entre el público recogiendo algún dinero.

En una ocasión realizó unos trabajos extras de los que obtuvo un sobresueldo. Para celebrarlo compró jamón (de ese que sólo veíamos en los escaparates de las charcuterías) y nos puso 5 cortadas a cada uno. Cuando levaba comidas la mitad de ellas me puse a llorar. Mi padre me preguntó qué me pasaba y le respondí: ahora que puedo comer jamón no tengo más apetito. Fue algo que se le quedó grabado en la memoria para siempre.

Se quedó viudo a los 49 años y ya no se volvió a casar.


Tu hijo Ramón.

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