lunes, 1 de octubre de 2007

Tu viejo buró

No recuerdo cómo fue, pero me quedé con tu buró, aquel que ya compraste de segunda mano antes de la riada del 57. Riada que llenó de barro sus cajones y secretos recovecos.
Tu hijo (mi padre) estuvo de acuerdo, asi que, un buen día, lo sacamos entre los dos al corral de la planta baja y le pegué un buen repaso con la lijadora. Rasqué todo el barro que aún se acumulaba en algún rincón y curé como pude las heridas causadas por la termita. La capa de barniz le dio un aspecto rejuvenecedor, y la piel con que tapicé el escritorio le confirió un caracter más noble.

Si, me lo quedé yo, tu nieto, y bueno, tu ya sabes el uso intenso que le he dado. Ha vivido conmigo en cuatro casas y me ha visto escribir tres novelas y un libro de relatos cortos, amén de un gran número de poesías. Un buen uso, creo yo, siguiendo tus pasos de poeta y escritor de obras de teatro. No podía ser de otra manera.

Siempre que me siento frente e él, te recuerdo, y me asaltan imágenes de mi infancia, entrando a hurtadillas en tu habitación sin ventanas, pasando por delante del armario sin puertas y cubierto por aquella cortina de flores oscuras y tenebrosas que me daban tanto miedo. Me veo abriendo nerviosamente el cajón central de ese buró que era como un santuario para mi, y buscando con anhelo la cajita metálica pintada de amarillo con aquellas perlas azucaradas que tanto me gustaban. Me quedaba extasiado contemplando todo aquello que conformaba tu vida privada y personal... fotos de tus viajes, tarjetas postales de lugares remotos, y sobre todo, esos papeles amarillentos que contenían tus escritos, tus poemas...

El buró, ya lo ves, sigue siendo el mismo, sólo los contenidos han variado... aunque no del todo, como sabes.

Tu nieto Jose.

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